Queridos hermanos y hermanas:
El próximo viernes, 24 de septiembre, celebraremos la memoria litúrgica de Ntra. Sra. de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias. Por ello, comienzo esta carta semanal saludando cordialmente a todos los hermanos y hermanas que en nuestra Archidiócesis están privados de libertad, a los funcionarios que trabajan en los Centros Penitenciarios de Sevilla y a los capellanes y voluntarios de la Delegación de Pastoral Penitenciaria. A todos os deseo una celebración gozosa de la fiesta de la Virgen de la Merced.
Me dirijo especialmente a vosotros, mis hermanos presos, glosando el discurso que el papa Francisco dirigió el pasado día 10 de julio a los internos del Centro de Rehabilitación de Palmasola, Santa Cruz de la Sierra, la cárcel más peligrosa de Bolivia. Pienso que la lectura de este texto puede haceros algún bien.
Después de escuchar los testimonios de tres internos, el Papa les da las gracias y manifiesta su reconocimiento a todos por recibirle. Les asegura que no podía dejar Bolivia sin visitarles para compartir con ellos la fe y la esperanza que nace del amor entregado en la cruz. Las palabras que han pronunciado los tres hermanos reclusos demuestran que el dolor no es capaz de apagar la esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con fuerza en circunstancias adversas.
El Papa se presenta ante los encarcelados compartiendo con ellos la mayor certeza de su vida, una certeza que le ha marcado para siempre. Él se sabe un hombre perdonado, un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. El Papa declara que no tiene mucho más para darles u ofrecerles, que les da lo que tiene y lo que ama, a Jesucristo, que vino a mostrarnos la misericordia del Padre, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros, un amor real, un amor que sana, perdona, levanta y cura, un amor que se acerca y devuelve dignidad. Añade el Papa que la dignidad podemos perderla de muchas maneras. Pero Jesús dio su vida para devolvernos la dignidad perdida.
Muestra después el Papa la experiencia de Pedro y Pablo, presos en las cárceles de Roma, pero sostenidos por la oración, su oración y la de la comunidad, que no los dejó caer en la desesperación. Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos que sostienen la vida y la esperanza, que nos libera de la desesperanza y nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la vida, la de los presos y la de sus familias.
A continuación el Papa invita a los encarcelados a encontrarse con Jesús, porque cuando Jesús entra en nuestra vida, no quedamos atrapados por el pasado, sino que comenzamos a mirar el presente y nuestra propia persona de otra manera, con otra esperanza. Cuando Jesús entra en nuestra vida, uno no queda anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para volver a empezar.
El Papa invita a los presos a mirar el rostro de Jesucristo crucificado cuando estén tristes. En su mirada encontrarán espacio. Junto a sus llagas han de poner sus heridas, dolores, pecados y yerros. Allí serán curadas, lavadas, transformadas y resucitadas. Él murió por nosotros para darnos su mano y levantarnos.
El Papa les invita a trabajar por su propia dignidad, conscientes de que reclusión no es igual que exclusión. La reclusión incluye un proceso de reinserción en la sociedad. No ignora el Papa los condicionantes pavorosos del penal que visita y pide a los presos que no den todo por perdido, pues hay muchas cosas que se pueden hacer: vivir la fraternidad y la unidad, la ayuda mutua, romper el egoísmo que da lugar a enfrentamientos, alejar la pelea, la rivalidad, la división y las banderías.
Después de pedirles que saluden en su nombre a sus familias, pronuncia unas palabras de aliento a cuantos trabajan en el penal. Les recuerda el papel que les compete en la tarea de reinserción: levantar y no rebajar, dignificar y no humillar, animar y no afligir, y pide a las autoridades penitenciarias “dejar la lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona”, lo cual nos dignifica, anima y nos levanta a todos.
Concluyo mi carta, la carta del Papa, agradeciendo a capellanes y voluntarios su excelente servicio. Agradezco a las autoridades penitenciarias el aprecio que siempre nos muestran y las facilidades que dan a capellanes y voluntarios para llevar adelante sus tareas. Invito a todos los fieles de la Diócesis a colaborar en la pastoral penitenciaria, en primer lugar con la oración que sostiene las actividades que se realizan, y también implicándose personalmente, tanto en las visitas y en el trabajo pastoral dentro de la prisión como fuera de ella.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla